Ayer antes de irme a dormir, pensé, mañana empezaré el día, con una mentalidad nueva.
Me invadió una gran alegría y una serenidad interna muy difícil de explicar.
Me desperté temprano y comencé con mi rutina del desayuno y de vestirme, pensando en lo que tenía por delante desde hoy, en mi decisión de empezar de cero. Me dije a mi mismo...
Me invadió una gran alegría y una serenidad interna muy difícil de explicar.
Me desperté temprano y comencé con mi rutina del desayuno y de vestirme, pensando en lo que tenía por delante desde hoy, en mi decisión de empezar de cero. Me dije a mi mismo...
...me voy a mudar, no quiero ser más quien fui hasta ayer, porque mi vida, hasta hace 24 horas, era mala y fea. Solo criticar sin sentido y quejarme sin cesar.
Deje mis prejuicios atrás y salí a buscar algún lugar donde se respirase aire puro, fresco, donde la gente estuviese contenta y donde puediese cerciorar que mi nuevo camino empezaría bien.
No tuve barrio predilecto, solo camine y camine hasta que encontré el lugar adecuado para lo que me había propuesto.
Con casa nueva y barrio nuevo, me tocó el turno de conocer a mis nuevos vecinos, hacer nuevas amistades (al renegar de mi vida anterior, tuve que dejar a mis amigos también, para no caer en viejos vicios), contagiarme de su alegría, de su optimismo y de su forma de ver la vida.
Empecé a buscar trabajo también, el que hacia hasta ayer no encajaba con el “nuevo yo”.
Hablando con mis nuevos vecinos, me di cuenta que no éramos tan distintos, que algunos, hasta hinchaban por el mismo equipo que yo, les gustaban las mismas comidas, y algunos habían vivido en mi antiguo barrio o cerquita nomas.
Me adapté rápido, la búsqueda de trabajo, genial, conseguí uno enseguida, y por suerte con mejor paga que el anterior y muy cerca de mi nueva casa en la villa, que es el principal motivo por el cual la mayoría de mis vecinos vive aquí. Tan cerca de casa que incluso podía llegar al trabajo en tren en 15 minutos. El tren era mejor de lo que me imaginaba, cómodo, siempre en horario, en fin una experiencia relajante, cosa que no sucedería si tuviese que tomar el tren en París.
Llegar a casa era bárbaro, me sentaba con mis vecinos, mirábamos televisión y todo era como lo había imaginado, aquel día antes de ir a dormir.
Era lindo ver como, algunos de mis vecinos, parecían tener mucha suerte. Sin trabajar, ni nada, siempre vivían bien, con dinero, ropa nueva cada tanto. Cuando yo les preguntaba, me decían que hacían “changuitas” que pagaban bien.
Mi mundo era mejor, mi vida calma, tenía más dinero en mi bolsillo, y más tiempo para disfrutarlo.
Una vista panorámica de lo que me rodeaba, confirmaba que no era yo solo, que todos vivían mejor, que todos éramos parte de esto y que unidos y gracias a la democracia lo habíamos logrado.
Que éramos un país con gente buena. Que íbamos por el buen camino, tratando de vencer a todo opositor, nacional y extranjero, que era verdad que Clarín mentia, la pobreza, realmente no existía, y tampoco existían el hambre, el declive educativo, la inflación, la inseguridad, la corrupción, en fin, todo era color de rosa.
Y de repente, desperté, y resultó que todo había sido un sueño. El sueño mío, era parecido al sueño de todos los argentinos: vivir bien, tranquilos, progresando, mejorando, con mejor educación.
El sueño que en la última década, se encargaron de tratar de hacernos creer que, gracias a ellos, es nuestra realidad, que todo es color de rosa.
Pero si mi hermano sale a la calle y lo secuestran, o si a un periodista al que investiga algo lo amenazan de muerte, o si a otros terminan exiliándolos, o si al salir de un banco te balean, o si roban casas, negocios, y todo lo que puedan; claro que me voy a “sentir” inseguro, pero también se va a “sentir” inseguro mi vecino, mi amigo, mi jefe, el panadero. Y como ven entonces, la inseguridad, es una sensación. Pero muy palpable y a flor de piel. Es una sensación, porque no nos “sentimos” seguros.
Sabemos todos que las villas y sus poblaciones se han multiplicado y siguen creciendo. No es, como dijo Victor Hugo Morales, que la gente toma la decisión de vivir en ellas, por cuestiones laborales o de mejor acceso a sus trabajos.
Si la gente tuviese un mejor poder adquisitivo, nadie, nadie, nadie, elegiría vivir en esas condiciones.
Como las villas crecen, implica más gente, más “posibles votos”, lo que implica que hay que hacer que aquellos que allí viven, sientan que son especiales para este gobierno.
Un gobierno que se “preocupa por su gente y realmente quiere su progreso”, tomaría las medidas necesarias, para que las villas se reduzcan, hasta desaparecer, lucharía por generar trabajos dignos con paga suficiente, para elevar el nivel de vida de la población, y no solamente el patrimonio personal de quienes nos gobiernan.
Sin embargo, el mensaje que nos envían es “como no sabemos como (o no nos interesa) frenar el crecimiento de las villas, lo mejor que podemos hacer para mostrarle a esa gente que son importantes es crear el día de “los valores villeros”. Tema cerrado, se reivindica la cultura a la que, en realidad nadie quiere, ni debe pertenecer y se aseguran votos y más votos.
Estas son realidades palpables, que si uno sale a caminar el país, se encontrará con ellas. No debe leerlas y creérselas a Clarín, La Nación, o a la televisión. Se ven, se encuentran, se corroboran.
Lo mío, fue solo un sueño, quizás el sueño de todos los argentinos, pero la realidad, es otra, viene a probar que la “realidad” que nos vende a diario este gobierno está bien llamada RELATO.
Deje mis prejuicios atrás y salí a buscar algún lugar donde se respirase aire puro, fresco, donde la gente estuviese contenta y donde puediese cerciorar que mi nuevo camino empezaría bien.
No tuve barrio predilecto, solo camine y camine hasta que encontré el lugar adecuado para lo que me había propuesto.
Con casa nueva y barrio nuevo, me tocó el turno de conocer a mis nuevos vecinos, hacer nuevas amistades (al renegar de mi vida anterior, tuve que dejar a mis amigos también, para no caer en viejos vicios), contagiarme de su alegría, de su optimismo y de su forma de ver la vida.
Empecé a buscar trabajo también, el que hacia hasta ayer no encajaba con el “nuevo yo”.
Hablando con mis nuevos vecinos, me di cuenta que no éramos tan distintos, que algunos, hasta hinchaban por el mismo equipo que yo, les gustaban las mismas comidas, y algunos habían vivido en mi antiguo barrio o cerquita nomas.
Me adapté rápido, la búsqueda de trabajo, genial, conseguí uno enseguida, y por suerte con mejor paga que el anterior y muy cerca de mi nueva casa en la villa, que es el principal motivo por el cual la mayoría de mis vecinos vive aquí. Tan cerca de casa que incluso podía llegar al trabajo en tren en 15 minutos. El tren era mejor de lo que me imaginaba, cómodo, siempre en horario, en fin una experiencia relajante, cosa que no sucedería si tuviese que tomar el tren en París.
Llegar a casa era bárbaro, me sentaba con mis vecinos, mirábamos televisión y todo era como lo había imaginado, aquel día antes de ir a dormir.
Era lindo ver como, algunos de mis vecinos, parecían tener mucha suerte. Sin trabajar, ni nada, siempre vivían bien, con dinero, ropa nueva cada tanto. Cuando yo les preguntaba, me decían que hacían “changuitas” que pagaban bien.
Mi mundo era mejor, mi vida calma, tenía más dinero en mi bolsillo, y más tiempo para disfrutarlo.
Una vista panorámica de lo que me rodeaba, confirmaba que no era yo solo, que todos vivían mejor, que todos éramos parte de esto y que unidos y gracias a la democracia lo habíamos logrado.
Que éramos un país con gente buena. Que íbamos por el buen camino, tratando de vencer a todo opositor, nacional y extranjero, que era verdad que Clarín mentia, la pobreza, realmente no existía, y tampoco existían el hambre, el declive educativo, la inflación, la inseguridad, la corrupción, en fin, todo era color de rosa.
Y de repente, desperté, y resultó que todo había sido un sueño. El sueño mío, era parecido al sueño de todos los argentinos: vivir bien, tranquilos, progresando, mejorando, con mejor educación.
El sueño que en la última década, se encargaron de tratar de hacernos creer que, gracias a ellos, es nuestra realidad, que todo es color de rosa.
Pero si mi hermano sale a la calle y lo secuestran, o si a un periodista al que investiga algo lo amenazan de muerte, o si a otros terminan exiliándolos, o si al salir de un banco te balean, o si roban casas, negocios, y todo lo que puedan; claro que me voy a “sentir” inseguro, pero también se va a “sentir” inseguro mi vecino, mi amigo, mi jefe, el panadero. Y como ven entonces, la inseguridad, es una sensación. Pero muy palpable y a flor de piel. Es una sensación, porque no nos “sentimos” seguros.
Sabemos todos que las villas y sus poblaciones se han multiplicado y siguen creciendo. No es, como dijo Victor Hugo Morales, que la gente toma la decisión de vivir en ellas, por cuestiones laborales o de mejor acceso a sus trabajos.
Si la gente tuviese un mejor poder adquisitivo, nadie, nadie, nadie, elegiría vivir en esas condiciones.
Como las villas crecen, implica más gente, más “posibles votos”, lo que implica que hay que hacer que aquellos que allí viven, sientan que son especiales para este gobierno.
Un gobierno que se “preocupa por su gente y realmente quiere su progreso”, tomaría las medidas necesarias, para que las villas se reduzcan, hasta desaparecer, lucharía por generar trabajos dignos con paga suficiente, para elevar el nivel de vida de la población, y no solamente el patrimonio personal de quienes nos gobiernan.
Sin embargo, el mensaje que nos envían es “como no sabemos como (o no nos interesa) frenar el crecimiento de las villas, lo mejor que podemos hacer para mostrarle a esa gente que son importantes es crear el día de “los valores villeros”. Tema cerrado, se reivindica la cultura a la que, en realidad nadie quiere, ni debe pertenecer y se aseguran votos y más votos.
Estas son realidades palpables, que si uno sale a caminar el país, se encontrará con ellas. No debe leerlas y creérselas a Clarín, La Nación, o a la televisión. Se ven, se encuentran, se corroboran.
Lo mío, fue solo un sueño, quizás el sueño de todos los argentinos, pero la realidad, es otra, viene a probar que la “realidad” que nos vende a diario este gobierno está bien llamada RELATO.