Corría el año 1975, y yo tenía 7 años. Los recuerdos del día 25 de diciembre de ese año, podrían ser los de cualquier niño, en época navideña.
Reunión familiar en casa de unos tíos, y allí estaban todos los de siempre. Mi mamá, mi hermana, mi abuelo, mi tía abuela, mis tíos y primos.
Pero no.....
Reunión familiar en casa de unos tíos, y allí estaban todos los de siempre. Mi mamá, mi hermana, mi abuelo, mi tía abuela, mis tíos y primos.
Pero no.....
había árbol de navidad, ni regalos, ni se hablaba de Papá Noel.
Las caras de ese día, que siguen en mi memoria hasta hoy, eran todas tristes, llantos, abrazos, y demás formalidades.
Yo no sabía ni entendía nada, pero tampoco pregunté.
Apenas si sabía cuántos tíos y primos tenía, y sus nombres.
Conocía sus caras, sus casas, sus coches, bueno, también sé que de uno de mis tíos sabía el nombre, pero no lo había visto jamás.
Y ese 25 de diciembre de 1975, tampoco estaba él allí, pero era normal para mí.
Para los que no era normal, era para el resto de los presentes. Mi tío, llamémoslo José, había sido por años (desde antes que naciera yo), muy familiero, y muy apegado a los suyos.
Sin embargo, en algún momento de su juventud, se enroló al ERP, y ya todo cambió. Para él, para su mujer (mi tía María para este caso), y para el resto de sus familiares y amigos.
Vendieron todo lo que tenían, y donaron todo, a la causa del ejército revolucionario del pueblo.
Entraron en la extrema clandestinidad, y eso explicaba, porque yo no los conocía.
Esa navidad de 1975, la familia reunida, estaba triste y lloraba, porque dos días antes, en el ataque terrorista al Batallón de arsenales 601 Domingo Viejobueno de Monte Chingolo, mi tío José murió mientras el ejército se defendía de ese ataque.
Mi tía María, cuando entraban a buscarla, tomó la pastilla de cianuro, y los vecinos vieron como se la llevaban en brazos, pero nunca se supo si estaba viva o muerta, ya que nunca más se supo de ella.
Antes de tomar su pastilla, lo último que logró hacer mi tía, fue pasar a su bebé, desde su balcón, al de su vecino, con el número de teléfono de los abuelos de la pequeña.
Ese bebé, era mi prima Lucía.
Esto que cuento, recién lo descubrí de más grande.
No sabía de la existencia de mi prima, hasta que en el 1999, me la presentaron, en el casamiento de un familiar al que yo asistí.
Por la parte humana, uno se siente mal, que algo tan trágico haya sucedido en nuestro país y haya tocado de tan cerca a mis seres queridos.
Es muy fácil, trazar la narrativa de heroísmo y cerrarse en valores de familia, y hacer culpables a quienes defendieron su batallón de un ataque no provocado.
El país, estaba en democracia, una democracia débil, pero democracia al fin.
No cayeron bajo la crueldad del Proceso que llegaría en 1976, ni bajo circunstancias dudosas.
Eligieron su camino, y sabían bien las consecuencias. No eran “héroes”, ni parte de una “juventud dorada”. Fueron terroristas, dispuestos a matar compatriotas, porque no pensaban ni actuaban como ellos suponían que todos debíamos actuar y pensar.
Lo que no podían ganar en las urnas, quisieron ganarlo por la fuerza, por la violencia y matando argentinos.
Lo que no calcularon es que del otro lado, había gente tan mala o peor que ellos, que terminó con el sueño de poder y expansión que tenían.
Que los ganadores hayan sido perversos, no quiere decir que los perdedores eran buenos.
Este acto, ocurrió en democracia, los movimientos guerrilleros argentinos, nunca creyeron en ella, solamente les importaba el poder.
Cuando vieron que les sería imposible lograrlo, la estrategia grupal, se transformó en estrategia individual, de salvarse a toda costa.
Y con ello, se traicionaron entre ellos, y le faltaron el respeto, a todos los que habían creído, en su doctrina, y por ella habían muerto.
Mi prima Lucía, que no tuvo culpa de nada en su momento, pudo tomar dos decisiones.
Pensar por sí misma y analizar la situación, o subirse a la historia oficial, y reclamar su compensación monetaria, invocando que sus padres fueron víctimas del terrorismo de estado.
Mi prima, eligió el dinero, y crear una historia de heroísmo en nombre de sus padres, que sabiendo lo que hacían, decidieron ser parte de un grupo, que iba a matar a miles de compatriotas, que por ahí también tenían un bebé que pasarle a algún vecino.
Lo que le sucedió a mis tíos, no fue terrorismo de estado. ¿Con qué derecho deciden ellos y los demás del ERP y Montoneros, quién tiene que vivir y quién no?
Esos movimientos, fueron los precursores y los culpables del sanguinario golpe de estado que llegó después.
Lo que nos tocó vivir a todos los argentinos, por lo que empezaron ellos, no tiene perdón. Así como tampoco lo tienen las torturas, matanzas y desapariciones causadas por las fuerzas armadas durante el proceso.
Mi tío, figura en el parque de la memoria, sin que su causa lo merezca, Un parque de la memoria, solamente sirve, si esos a los que recordamos allí son inocentes. La única enseñanza que debemos recordar, en su versión actual, es que si a la violencia y al salvajismo, se los combate con más violencia y salvajismo, no hay ganadores, si no que perdemos todos.
Las caras de ese día, que siguen en mi memoria hasta hoy, eran todas tristes, llantos, abrazos, y demás formalidades.
Yo no sabía ni entendía nada, pero tampoco pregunté.
Apenas si sabía cuántos tíos y primos tenía, y sus nombres.
Conocía sus caras, sus casas, sus coches, bueno, también sé que de uno de mis tíos sabía el nombre, pero no lo había visto jamás.
Y ese 25 de diciembre de 1975, tampoco estaba él allí, pero era normal para mí.
Para los que no era normal, era para el resto de los presentes. Mi tío, llamémoslo José, había sido por años (desde antes que naciera yo), muy familiero, y muy apegado a los suyos.
Sin embargo, en algún momento de su juventud, se enroló al ERP, y ya todo cambió. Para él, para su mujer (mi tía María para este caso), y para el resto de sus familiares y amigos.
Vendieron todo lo que tenían, y donaron todo, a la causa del ejército revolucionario del pueblo.
Entraron en la extrema clandestinidad, y eso explicaba, porque yo no los conocía.
Esa navidad de 1975, la familia reunida, estaba triste y lloraba, porque dos días antes, en el ataque terrorista al Batallón de arsenales 601 Domingo Viejobueno de Monte Chingolo, mi tío José murió mientras el ejército se defendía de ese ataque.
Mi tía María, cuando entraban a buscarla, tomó la pastilla de cianuro, y los vecinos vieron como se la llevaban en brazos, pero nunca se supo si estaba viva o muerta, ya que nunca más se supo de ella.
Antes de tomar su pastilla, lo último que logró hacer mi tía, fue pasar a su bebé, desde su balcón, al de su vecino, con el número de teléfono de los abuelos de la pequeña.
Ese bebé, era mi prima Lucía.
Esto que cuento, recién lo descubrí de más grande.
No sabía de la existencia de mi prima, hasta que en el 1999, me la presentaron, en el casamiento de un familiar al que yo asistí.
Por la parte humana, uno se siente mal, que algo tan trágico haya sucedido en nuestro país y haya tocado de tan cerca a mis seres queridos.
Es muy fácil, trazar la narrativa de heroísmo y cerrarse en valores de familia, y hacer culpables a quienes defendieron su batallón de un ataque no provocado.
El país, estaba en democracia, una democracia débil, pero democracia al fin.
No cayeron bajo la crueldad del Proceso que llegaría en 1976, ni bajo circunstancias dudosas.
Eligieron su camino, y sabían bien las consecuencias. No eran “héroes”, ni parte de una “juventud dorada”. Fueron terroristas, dispuestos a matar compatriotas, porque no pensaban ni actuaban como ellos suponían que todos debíamos actuar y pensar.
Lo que no podían ganar en las urnas, quisieron ganarlo por la fuerza, por la violencia y matando argentinos.
Lo que no calcularon es que del otro lado, había gente tan mala o peor que ellos, que terminó con el sueño de poder y expansión que tenían.
Que los ganadores hayan sido perversos, no quiere decir que los perdedores eran buenos.
Este acto, ocurrió en democracia, los movimientos guerrilleros argentinos, nunca creyeron en ella, solamente les importaba el poder.
Cuando vieron que les sería imposible lograrlo, la estrategia grupal, se transformó en estrategia individual, de salvarse a toda costa.
Y con ello, se traicionaron entre ellos, y le faltaron el respeto, a todos los que habían creído, en su doctrina, y por ella habían muerto.
Mi prima Lucía, que no tuvo culpa de nada en su momento, pudo tomar dos decisiones.
Pensar por sí misma y analizar la situación, o subirse a la historia oficial, y reclamar su compensación monetaria, invocando que sus padres fueron víctimas del terrorismo de estado.
Mi prima, eligió el dinero, y crear una historia de heroísmo en nombre de sus padres, que sabiendo lo que hacían, decidieron ser parte de un grupo, que iba a matar a miles de compatriotas, que por ahí también tenían un bebé que pasarle a algún vecino.
Lo que le sucedió a mis tíos, no fue terrorismo de estado. ¿Con qué derecho deciden ellos y los demás del ERP y Montoneros, quién tiene que vivir y quién no?
Esos movimientos, fueron los precursores y los culpables del sanguinario golpe de estado que llegó después.
Lo que nos tocó vivir a todos los argentinos, por lo que empezaron ellos, no tiene perdón. Así como tampoco lo tienen las torturas, matanzas y desapariciones causadas por las fuerzas armadas durante el proceso.
Mi tío, figura en el parque de la memoria, sin que su causa lo merezca, Un parque de la memoria, solamente sirve, si esos a los que recordamos allí son inocentes. La única enseñanza que debemos recordar, en su versión actual, es que si a la violencia y al salvajismo, se los combate con más violencia y salvajismo, no hay ganadores, si no que perdemos todos.